lunes, 22 de noviembre de 2010

EL SUEÑO DEMOCRÁTICO

22/noviembre/2010

*El idealismo de La República de Platón
*La preservación del interés comunitario

“La democracia sólo parece adecuada para un país muy pequeño”: Voltaire (1694-1778).

Con todo y las críticas que se le han propinado a Platón desde que escribió una de sus otras fundamentales, llamada La República, para referir el procedimiento ideal de edificar una ciudad con todas sus funciones para que sus habitantes tengan una vida placentera y realizada —idealizada en el sentido despectivo calificado de platonismo—, respetando la estratificación social que luego se denominaría mejor como “división del trabajo”, e incluyó la idea que entre los mejores gobernantes estarían los filósofos por su preparación, compromiso para conducir a la sociedad hacia elevados objetivos y finalmente por su desapego a las cosas, con el paso de los siglos su propuesta se ha conservado como una de las óptimas para construir la democracia.
La democracia como medio a través del cual se toman las mejores decisiones políticas en el marco de dicha sociedad y para beneficio de ella, sin el arbitrio de los mismos elegidos para representar a las mayorías como gobernantes, y menos para meter las manos en el Estado a cuenta del interés de unos pocos dentro de esa forma de gobierno defendida como democrática.
Así, con todo y el desprecio a tales ideas platónicas, su propuesta de democracia ha sido conservada como eso, como un ideal. Pero no pasa del simple artilugio, mera justificación, una meta o un pretexto, porque las cosas para la ordenación política de la sociedad no van más allá de eso. Incluso sin igualdad, la propia democracia griega desdeñó a las clases bajas porque hombres de otros pueblos eran incorporados como esclavos y considerados de baja calidad o condición humana, y por ello sujetos a cualquier tipo de trabajos. Ni qué decir de la sucesiva y añeja estructura imperial romana que trató de copiar el modelo griego, pero creó una estratificación social donde los pueblos conquistados aportaban cualquier personal de “servicio”, carne de cañón para la misma guerra y la clase de esclavos, también en condiciones de sobrevivencia. Ni se diga para el llamado “circo romano”, donde bajo el lama de “al pueblo pan y circo”, durante décadas varios emperadores mantuvieron el entretenimiento con el derramamiento de sangre extranjera entre esclavos, luchas de gladiadores o entre estos y feroces animales traídos ex profeso desde África u otros lugares.
Este asunto viene a colación porque en el fondo cualquier otra forma de gobierno —la misma forma pretendidamente democrática, la monarquía o la república [presidencialista, parlamentario o constitucionalista] ni se diga cualquier gobierno despótico y autocrático— pasa por erigir una imposición camuflada y un Estado impostor. Los gobernantes, en cualesquiera de esta formas que el sistema de representación adopte, no pasan de ser meros instrumentos, serviles o peleles de los intereses tras el trono.
Porque en el fondo no interesa la satisfacción de las necesidades de la población —menos el despliegue del arte y la gimnasia, en el sentido platónico para la expresión de lo mejor de las cualidades humanas— o el bienestar social, la preservación del espacio territorial como sustento mismo del Estado, en su expresión “moderna”. Lo que importa, y eso es el fin del Estado, es la preservación del interés privado y los contratos que de dicha expresión se derivan. No importa que el interés privativo incluya desde la apropiación de un terreno para una habitación o la privatización de una isla completa, un yacimiento energético estratégico o el control mismo de todos los bienes administrados por dicho (cualquiera, pero principalmente capitalista) Estado.
Por eso no opera la democracia. Porque la defensa de los intereses está de por medio. Pero principalmente porque cualquiera otra forma de gobierno encubre el fin último de defender la propiedad privada y su funcionamiento que aplica en sentido inverso al interés comunitario, social o de la población en general de los países. Así es como la forma de gobierno, en cualquiera de sus expresiones, igualmente oculta o camufla el sistema económico que respalda dicha estratificación social. Lo social se vuelve político pero funciona económicamente, porque la economía es la manutención y sobrevivencia misma de la sociedad en general.
Pero el asunto no es simplemente económico. Porque ciertamente no se trata de la economía como hablar de las cosas o de simples mercancías. Se trata, fundamentalmente, de los hombres en sociedad. Porque desde la consolidación del sistema de privatización de bienes, el asunto va más allá del animal social aristotélico, y llega hasta la especificación marxista de las relaciones sociales. Donde todo el estudio de Marx pasa por eso, las relaciones sociales capitalistas. Y cierra el círculo en el estudio de las clases previo al desarrollo del Estado, que no acabó pero sentó las bases.
Todos sabemos que en la superficie de la sociedad, engañosa como es porque oculta sus contradicciones, se esconden los conflictos. Pero están ahí como lucha de clases. Y el Estado como súmmum de dicho conflicto. Por eso mismo, ni desde el punto de vista de la sociedad ni de la política en general, hay posibilidad de resolverlos sin tomar conciencia de ellos. Sobre todo porque aparecen en las formas más variadas. Adoptan todos los colores y situaciones. Ya sea por situaciones de salario, ya de prestaciones, ya de cualquier tipo de satisfactores sociales, etcétera.
Por eso mismo es que, cuando de cambiar las condiciones sociales se trata, lo primero es la conciencia social del problema; así sea el cuestionamiento mismo del Estado. Y la toma de conciencia pasa por el cambio individual y la definición de las prioridades. Porque, así sirva de ejemplo, antes de cualquier situación de la vida está la supervivencia. Por eso vale el poder organizado. ¿Qué podrá cualquier gobierno o agrupación de empresarios contra el poder del un consumidor organizado? Nada. Pero opciones como estas no se han escudriñado cuidadosamente todavía.
El fondo de todo el drama social pasa por la auto organización. Porque cualquier forma dirigida desde afuera, o por el Estado deriva en la reproducción de los intereses del mismo Estado. No habría mejor forma de expresión democrática que la expresión comunitaria. Sería como volver a las formas antiguas, pero desde el punto de vista moderno. ¿Qué hizo la sociedad argentina recién tras la crisis que tocó fondo? Organizarse. Tanto como retomar los planteamientos de Platón, sin la intermediación de los intereses privados sino más bien comunitarios. Ese sería el único sueño democrático. Como luchar en contra del los intereses del enemigo-Estado. La forma tramposa de la organización política y social, desde los primeros imperios hasta los más recientes. Sustento de un sueño, pero auténticamente democrático.

Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com

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