jueves, 13 de enero de 2011

HAITÍ, LA RECOMPOSICIÓN SOCIAL

13/enero/2011

*Continúan la tragedia y los retos
*Para salir del infierno de 2010

“Haití para numerosos norteamericanos no solamente evoca los exóticos misterios del vudú o la imagen de la miseria institucionalizada en una isla del Caribe, sino también la turbulencia innata del negro o su impotencia a gobernarse”: Gerard Pierre-Charles (1935-2004).

¿Y el Estado? Con un gobierno incapaz de enfrentar la situación de emergencia continua, un país en ruinas y un pueblo pobre sumido en la desesperación, ayer los haitianos recordaron con dolor a sus muertos del terremoto de 7 grados Richter ocurrido el 12 de enero de 2010, Biblia en manos y frente a una catedral destruida todavía en la capital, Puerto Príncipe.
Súmese a esto que Haití —de por sí el país más pobre de Latinoamérica— enfrenta una crisis social creciente que amenaza con una descomposición mayor, padece un vacío de autoridades y por si fuera poco tiene una efervescencia política, por unas elecciones presidenciales y legislativas —llevadas a cabo el 28 de noviembre pasado— que resultaron fuertemente cuestionadas, pues a estas alturas todavía no ofrecen datos creíbles.
Pero ayer la gente no celebró, más bien anidó esperanzas de salir pronto del infierno que significó para ellos el primer año transcurrido desde una tragedia natural que se llevó a más de 300 mil personas, dejó sin casa a por lo menos dos millones y, de colofón, se hundió en una epidemia de cólera que cobró la vida a otras 3 mil 651 almas —a partir de mediados de octubre— e infectó a unas ¡171 mil 304! Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), no únicamente de la capital del país sino en toda la parte de la isla caribeña que ocupa, y está compuesta por diez departamentos o estados.
Un país de por sí construido sobre ruinas, porque más del 80% del espacio edificado antes del sismo era de estructuras débiles, que incumplían normas mínimas de construcción. Sumado al éxodo masivo desde las comunidades rurales hacia las ciudades, donde la capital absorbía al menos el 72%. Y unas tres cuartas partes de los 2 millones de habitantes de la capital lo conformaban los sin techo. A esa cantidad se suma los que perdieron todo con el sismo del 12 de enero pasado.
Recuérdese la fuerte polémica que se desató por el cólera y llegó hasta las agresiones de los emisarios de Naciones Unidas, a quienes se culpó de traer la epidemia. Los señalamientos recaen sobre los militares procedentes de Nepal, a quienes se les acusó de verter heces fecales contaminadas a las aguas de un río que corre por comunidades donde aparecieron los primeros brotes. Un problema que se complicó, desde luego, debido a las malas condiciones de vida, casi nulas medidas de higiene de una población carente de servicios, previsiones de clorar el agua de consumo, poco uso de letrinas, etcétera. El asunto es atendido por ONG internacionales, pero los riesgos todavía son altos y se teme la posibilidad de que en las siguientes semanas o meses los infectados puedan alcanzar la cifra de las 400 mil personas. Un problema nada menor de salud pública que desde el año pasado se suma a la tragedia.
Hoy, los refugiados carecen de todo: un techo, servicios de atención médica, agua potable, bienes alimenticios (al menos productos básicos) y vestido. Son las personas hacinadas en albergues improvisados. En un país donde la economía y la infraestructura están paralizadas, como efecto de un Estado cuasi inexistente. Nada menos las pérdidas por el sismo se estiman superiores a siete mil millones de dólares para los sectores productivos —un 70% correspondiente al sector privado y un 30% del sector público—, con la desaparición de, cálculos optimistas, un 30% de los empleos existentes antes del devastador sismo. Además la pérdida de 60% de los edificios públicos, los hospitales derribados también y que no han sido restaurados o reedificados; todo tipo de oficinas que incluye las mismas escuelas para los jóvenes y niños.
Para una población que de por sí demanda, además de salud, agua potable y servicios de saneamiento, educación y electricidad, entre otros. Porque, no obstante los millones de dólares disponibles por concepto de ayuda del mundo, o bien están todavía en las cuentas bancarias sin ser liberados o se quedaron en manos de una mísera burocracia, entre quienes está el señalado y todavía presidente René García Preval.
Ni se diga la urgencia especialmente de vivienda, porque la reubicación de un millón de personas desplazadas va de la mano de las exigencias la remoción de escombros que todavía no culmina [si Estados Unidos tardó dos años en remover los cascajos de la Zona Cero, se prevé que este pequeño país tarde unos diez años en lograrlo], y de las amenazas de expulsión por parte de los propietarios de terrenos en donde se ubicaron los albergues provisionales. Porque la reconstrucción del país está en pañales, resulta que la crisis social está también a flor de piel, no obstante la recomendación del 18 de noviembre al Estado, por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, para que “adopte una moratoria” hasta que llegue el nuevo gobierno y evitar así las expulsiones de los campamentos.
Entretanto, la política no sale del bache en el que entró durante las pasadas elecciones. En primera instancia porque más del 50% de los candidatos presidenciales solicitaron la anulación de dichas elecciones señalando fraude y todo tipo de irregularidades. En segunda, porque no hay condiciones para llevar a cabo la segunda vuelta electoral prevista para este 16 de enero, toda vez que a solicitud del propio Preval intervino una comisión de la OEA para el aval electoral.
Pero a estas alturas nadie asegura que, de estar listo el dictamen de dicha comisión sobre la elección, éste sea avalado y aceptado por todos los actores políticos, algunos de los cuales se sientan desplazados. Y nadie quiere, por lo demás, que el actual presidente René Preval siga en el poder más allá del próximo 7 de febrero cuando termina su mandato, pero a la vez él ha dicho que no entregará la estafeta a un presidente provisional sino a uno que haya surgido de las urnas.
De ese tamaño es el revuelo en la política; como si le faltara algo al pueblo haitiano para alcanzar un ambiente de descomposición social. Pero los retos están ahí. Y se presume que 2011 será el año de la reconstrucción. No obstante eso tardará algunos años más. En fin, pocas tragedias como la de Haití. Porque no es sólo la material y la institucional, es sobre todo la social. De por medio está el edificar a un Estado por ahora casi inexistente, como herramienta para la recomposición de una sociedad de por sí carente.

Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com

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