jueves, 29 de julio de 2010

POLÍTICA DE LA SIMULACIÓN

29/julio/2010

*Arrancan los auto destapes para 2012
*Desbocados, aspirantes presidenciales

Entre una amplia gama de servicios —no de gratis, claro está; ocupó muchos cargos desde los gobiernos de Manuel Ávila Camacho hasta Miguel de la Madrid, incluso fue dirigente del Partido Revolucionario Institucional— que le prestó al sistema político mexicano como ideólogo, el jurista y politólogo mexicano, Jesús Reyes Heroles (1921-1985), dijo frases como esta: “En política la forma es fondo”.
Dicho sea, desglosando, como juicio para cuadrar los asuntos formales de la política con su origen; o para encontrarles un espacio y sean así considerados como parte misma de la política. Pero ni la forma sustituye al fondo; ni aquél puede compararse a éste. Como los nervios para el cuerpo, digamos, para ejemplificar.
Sin embargo, de consenso, entre los actores de la vida política “a la mexicana” se juega a la mescolanza de ambos a pura conveniencia. Sí. Entre los políticos la confusión de uno y otros son constantes. Es decir, que la forma se confunde con el fondo y no se mira más allá. O se atiende a la forma sin mirar el fondo.
Aterrizando: se hace política —muchas veces simple grilla, alharaca, como si con eso ya se estuviesen atendiendo los problemas fundamentales del país; el fondo de la cuestión— con fines partidistas o personales, para descubrir las ambiciones meramente individuales. O se cree que por el hecho de estar en las filas de un partido, o ser funcionario público resulta suficiente para cumplir los compromisos reales de la política. Menos de la buena política; entendida como el arte de servir a los demás, de resolver conflictos para el bienestar general y no el simple “ejercicio del poder”.
El asunto viene al caso porque en la política mexicana los políticos juegan mucho a la simulación. Prometen una cosa y hacen otra. Piden el voto al ciudadano y luego lo desechan. Se presentan como blancas palomas, pero esconden largas colas. Se muestran como imparciales y resulta que obedecen a ciertos grupos de poder o al poder mismo; desde lo simplemente partidario hasta el poder establecido.
Y en un sentido más amplio, equivale a pensar en auténticas camarillas. Donde los partidos políticos no son otra cosa. Los partidos como instrumentos donde se agrupa una serie de individuos cuya única aspiración es “ganar” un espacio primero adentro para luego obtenerlo afuera —el que hace base partidaria tiene la plataforma para aspirar a más—. Utilizar al partido para luego ser parte de la clase política “con clase”, y así acceder a los bienes públicos que se manejan —desde el presupuesto hasta los mismísimos recursos naturales—. A título de fortuna individual; no de atender el interés general. “Que la nación me lo demande”, se dice cuando se juramenta un puesto; pero las leyes en México se hicieron para violarse. Ese es un precepto que se tiene muy en cuenta en el argot de la política, desde los bajos hasta el más elevado cargo.
Por eso deviene la impunidad, porque se siembra. De arriba hacia abajo, y viceversa. Pero entre más alto es el rango, más se utilizan las herramientas de la política para satisfacer intereses individuales, de grupo, o de quienes detentan el auténtico poder económico. Es el uso del mismo poder del Estado, para atender soluciones de unos cuantos, de una camarilla o de los que mandan porque tienen el dinero.
Y los que imponen condiciones son también los que financian campañas políticas. Los que palomean a los “buenos”. Los disciplinados dentro de las filas partidistas o del respeto a las mismas ordenanzas del sistema político. Como dijo otro político, Fidel Velásquez, con derecho de opinar porque igualmente le fue más que útil al sistema: “El que se mueve no sale en la foto”. Eso para los aspirantes a candidaturas importantes, más referente a la carrera presidencial. En los mejores tiempos del PRI, cuando el candidato “oficial” era el seguro ganador.
No andamos muy lejos de ese precepto. Porque el candidato “oficial” sigue “ganando”. Sea del PRI, o ahora del Partido Acción Nacional. El (o aquellos) que tiene(n) el poder no lo suelta(n): se aferran. Y como en los bajos mundos (altos; que da lo mismo), también de la política: “Si el PRI no gana arrebata, o incluso mata, como lo hizo con Colosio”. Y el PAN resultó tan dañino como el PRI; incluso peor.
En esto de la forma y el fondo, resulta que a estas alturas ya se andan destapando los candidatos para la elección presidencial del 2012. ¡Eso que falta el 2011! Pero sin importar el fondo. Los candidatos quieren serlo, pero no tienen propuestas. Para como está el país en estos momentos, no bastan las buenas intenciones, como tampoco un listado incoherente de ofertas.
El país reclama ahora políticos comprometidos. Estadistas, no actores de pacotilla. Exige soluciones, no promesas. Requiere atender los problemas de fondo, no la simple forma. Para qué sirven los pre aspirantes si no tienen propuestas de solución.
De qué le sirve a México un aspirante como Peña Nieto por el PRI, si sólo responde a los intereses de unos cuantos que controlan los recursos y sus propios negocios. Nunca ha mostrado el interés por los “grandes problemas nacionales”, como los tipificó Andrés Molina Enríquez desde principios del siglo XX. Sin aspirante visible, el PAN en lugar de resolver complica. Desde la izquierda están además del Jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, que nada entre la aspiración y la indefinición (al igual que su gestión más bien gris al frente de la ciudad más importante del país), sin hacer olas pero sin negarse.
Del mismo modo el líder del Senado, Carlos Navarrete, sin mayores apoyos partidistas ni sociales que los discursos desde la mesa directiva de la cámara alta; tampoco tiene propuestas. El que más protesta, y argumenta en contra de la “camarilla del poder”, López Obrador, padece el síndrome de sabelotodo. Se auto destapa y auto propone. Revienta contra el poder establecido, cierto, pero se maneja con un doble discurso. Rechaza la institucionalidad, pero quiere la institución presidencial. Reniega de las leyes, pero no habla de cambiarlas (¡qué tal un Congreso Constituyente!). Dice no querer “el poder por el poder”. Pero él encarna el mejor ejemplo de la confusión entre forma y fondo. Y es el único que habla de cambiar al país. Pero México reclama: ¡No más simulación!

Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com

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