viernes, 19 de agosto de 2011

IGLESIA CATÓLICA, INSTRUMENTO DE PODER

19/agosto/2011

*Tras escudo espiritual esconde terrenalidad
*Repudio generalizado a Ratzinger en España

La jerarquía de la Iglesia Católica Apostólica Romana que se presume forma parte del poder espiritual de la sociedad —pero más bien está coludida con el poder terrenal—, es la Iglesia Cristiana [distinta de la Ortodoxa y Anglicana] más grande del mundo con el 17.4% de la población mundial. La máxima autoridad es un Papa y asienta sus poderes en el Estado de la ciudad del Vaticano, uno de los más pequeños y ricos del mundo, hoy encabezado por Benedicto XVI y de visita en España.
Desde su consolidación como corriente religiosa en el siglo III en los dominios del imperio romano —originariamente denominado cristianismo primitivo, pero fiel a los principios de Jesucristo propagados por sus discípulos—, hasta su expansión por todo el mundo occidental y llegar a estas fechas, la Iglesia ha marchado de la mano de los poderosos o, incluso durante grandes periodos ha encarnado el mismísimo poder.
Por etapas, y por la fuerza, pero sobre todo durante la oscura Edad Media, su poder era incuestionable. No había decisiones de autoridad alguna que no pasaran por los lineamientos de la Iglesia. Después, tiempo hubo que la Iglesia sirvió como aval de los gobiernos, sobre todo monárquicos [no tanto liberales porque éstos se lanzaron contra aquélla], y eso mismo les mantuvo en el poder.
Es decir, que las monarquías europeas debían contar con el palomeo de las jerarquías católicas, al tiempo de erigir a sus “reyes” como portadores de la ley y el orden divino aquí en la tierra. Incluso los designados para tamaña autoridad tenían que pasar por la colocación de los galardones, la corona real incluida, de manos de aquellos considerados jerarcas terrenales de Dios.
Vista desde el cedazo de la historia, queda claro que mientras la Iglesia tuvo la sartén por el mango, entre los siglos III a principios del XII, todo marchó sin grandes sobresaltos; del siglo V al XI se expandió por toda Europa y parte de África, gracias a la labor de los benedictinos. Y más allá del cisma que sacudió y hasta dividió a la Iglesia, y dio vida a la sección oriental que hoy se denomina ortodoxa, ocurrida en el año 1054 entre los patriarcas de Occidente y Constantinopla por la cláusula filioque, todo marchó sobre ruedas [luego a costa de la hoguera].
La enciclopedia popular y libre Wikipedia define esta polémica en los siguientes términos: “La Iglesia de Oriente difiere de la Occidental, en lo que expone el Credo Miceno acerca del Espíritu Santo. En la forma oriental se dice: El Espíritu Santo <>. En la forma occidental se añaden las palabras: <> (escrito en latín: filioque). La iglesia occidental confiesa una doble procesión del Espíritu Santo: <>. La Iglesia oriental considera que esto es una herejía”. Y no es una disputa de términos sino del trasfondo doctrinario.
Los cónclaves, desde el Concilio de Nicea I [del año 325 llevado a cabo por el emperador romano Constantino], hasta el Concilio Vaticano II, organizado por el Papa Juan XXIII en 1962, han tratado poner orden a la Doctrina del cristianismo que pregona la Iglesia católica de Roma. Pero nunca se han puesto de acuerdo en temas fundamentales.
Desde la disputas de Martín Lutero [ante eso la Contrarreforma de finales del XVI-mediados del XVII; el Concilio de Trento se realizó en 1545-1563, en varias etapas que dieron surgimiento a la Compañía de Jesús] e Italo Calvino, hasta las pérdidas de fieles de la actualidad gracias a menudas inconsistencias, abusos y remiendos. Por ello el uso y abuso de la fuerza —por los rencores y las disputas religiosas y hasta teológicas, y para no perder fieles—, es que se ha dado pie a que la Iglesia instituyera prácticas inquisitoriales, para orientar y sobre todo ordenar a los perdidos y rebeldes herejes. Para imponer a toda costa sus preceptos y creencias, así sean tan falsos como los modernos billetes nominales sin metal refinado como apoyo.
Así, se instaló durante siglos la llamada Santa Inquisición; que de santa tenía lo que cualquier demonio habitante del “infierno” de La Divina Comedia de Dante Alighieri, entre el siglo XII y ¡hasta mediados del XX! Desde la primera etapa inquisitorial establecida en 1184 en Langedoc, Francia, contra los cátaros, los albigenses y los valdenses. Pasando por la península española, en 1249 en Aragón [la primera instrumentada desde un Estado y dirigida ¡por Torquemada!]; luego en Castilla, donde adquirió el sello de “Inquisición española” entre 1478 y 1821 [un trabajo que la monarquía de España trasladó hasta la descubierta América en 1492]. La Inquisición portuguesa que duró desde 1536 hasta1821, y la romana que prevaleció entre 1542-1965, mejor conocida como “Santo Oficio”. ¡El sello de la muerte impuesto y operado desde la misma Iglesia!
Pese a concilios y debates, internos y externos, contra otras corrientes de afuera y de la propia disidencia, los jerarcas del catolicismo no han sabido llevar al creyente las enseñanzas básicas del cristianismo. Más bien ejercen un cristianismo torcido. Tan tergiversado e ingrato como los pederastas que van a contracorriente de cualquier precepto religioso.
Bueno, pero después de que Juan Pablo II recorrió muchos países, como Papa viajero para reencontrarse con el rebaño, con sus políticas cercanas al poder político occidental donde él mismo se prestó para minar el poder de un país como la exUnión Soviética y contribuir a su caída, el descontento quedó sembrado en la mente de muchos fieles por la discriminación y cerrazón a tantos temas de urgente actualidad. No obstante es ya beato y pronto será santo [¡sic!].
Ahora Benedicto XVI recoge gran parte del descontento que se ha ganado a pulso la Iglesia de Roma. De visita por España se lleva el repudio generalizado de los jóvenes madrileños, a quienes les costará millones una visita que no pidieron. ¿Por qué no fructificó tu semilla, Papa-Roma? Preocupados deberían estar los jerarcas católicos. Y los sacerdotes de pueblo [recuérdese que la aldea ahora es global], por tantas ofensas a nombre de Dios.
Ratzinger no pedirá perdón por el apoyo al dictador Franco. Y si lo hace, ¿olvidarán eso los españoles? Como Juan Pablo II que pidió perdón por el Holocausto. Pero la Iglesia del poder terrenal sigue igual o peor que siempre.

Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com
http://maniobrasdelpoder.blogspot.com

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