jueves, 8 de julio de 2010

PRESIDENCIALISMO EN DECLIVE

08/julio/2010

*A Felipe Calderón se le acabo el sexenio
*Nada en pro del bienestar de la población

“En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”: Laurence Johnston Peter (1919-1990).

A la sombra del sistema presidencial que vive México, los planes y programas para enfrentar sus problemas son temporales, casi siempre sexenales. Es decir, que cada Presidente que arriba a la cumbre del poder, llega con un diagnóstico y muchos planes —las promesas de campaña resultan, casi siempre, políticas de relumbrón—. Sacarlos a flote es una de sus tareas para salir airoso, si es que realmente hay interés en afrontar los retos; problema si no los hay.
El tiempo es crucial para ello. Los seis años que dura el periodo presidencial, deben ser suficientes para los asuntos de corto, mediano y largo plazo. No es fácil. Principalmente porque cualquier retraso en su aplicación no se recupera nunca. Los primeros 100 días, por ejemplo, son para los ajustes de la nueva administración, como dar a conocer los programas sectoriales. Luego el primer año es crucial, porque en ese tiempo inician los planes generales del gobierno en todas las áreas del entramado nacional. Arrancar todo a la vez, comenzando por lo prioritario.
Todo es importante, tanto lo coyuntural como —y sobre todo— lo demás. Conducir el aparato estatal con todas las herramientas que proporciona el marco legal es adoptar la institucionalidad como precepto. La vía para contar con la aceptación de todos, porque la Constitución general es referencial. Desde luego que cuenta mucho cómo se llega a la silla presidencial. Ganar limpiamente. Hay aceptación y consenso si el presidente surge de un proceso electoral pulcro y transparente. Cuando es así cuenta con absoluta legitimidad para poder trabajar. Problema cuando ocurre lo contrario.
Pero un presidente que llega a la silla presidencial con planes de gobierno, que sabe que el tiempo es oro para sacarlos adelante y cuenta con el apoyo sectorial, sale avante siempre y cuando no ceda más que al interés general. El problema surge cuándo, precisamente, no se tiene la legitimidad debida y eso se presta para ser títere de otros. Así sea de poderes establecidos reales, o de aquellos poderes que pululan a su alrededor vigilantes y en defensa de intereses propios; los conocidos como poderes fácticos o grupos de presión.
Porque cuando un Presidente llega sin la legitimidad debida y sin el consenso, se olvida de los planes de largo plazo y de gobernar para alcanzar el bienestar general. Aunque no quiera, porque eso entrampa todo lo demás y le impide resolver; es decir, atender a satisfacción del bienestar general y en pro de la salud de la República.
Con cualquiera de los impedimentos señalados el presidente en cuestión está en la lona. Queda expuesto y ninguneado a cualquier altura del camino. Como le está ocurriendo en estos momentos al presidente Felipe Calderón. Sin la legitimidad debida, porque la elección de la que surgió quedó bajo la duda del fraude electoral. Sin los planes para resolver los problemas más urgentes del país, porque no tiene resultados siquiera por su estrategia antinarco. Sin proyección de largo plazo, porque la economía está igual o peor. Con una política interior de fracaso, su reflejo al exterior está peor. De total sometimiento a los designios de Estados Unidos. No hay, por ejemplo, medidas conjuntas para resolver problemas comunes urgentes, como el trasiego de la droga o el tráfico de armas. Nada para los migrantes mexicanos.
Sin el poder de convocatoria mínimo suficiente, Calderón no sabe cómo llamar al consenso de todas las fuerzas políticas del país para enfrentar problemas como la desbordante inseguridad. Sin el apoyo de su partido —más preocupado en ganar con trampas lo que no consigue en las casillas de votación— como interlocutor para una política de alianzas con las demás fuerzas políticas, solo tampoco puede. Por eso Felipe Calderón se está convirtiendo en el solitario de Los Pinos. Por lo mismo está perdiendo en términos de credibilidad. ¡Y cuidado con la gobernabilidad!
Con un gobierno sin resultados para ningún sector. Hasta los empresarios están preocupados porque Calderón no resuelve. Al igual que Fox, Felipe considera que los discursos por televisión son lo importante. Olvida que sin logros, su mucha presencia es tan efímera como las encuestas compradas. En pocas palabras, grande le quedó a los panistas el presidencialismo plenipotenciario. Con sus bemoles también.
El sello característico que cada presidente le ha impreso a su administración declinó a la penumbra con el PAN. Los planes sexenales, con metas, presupuesto, seguimiento y plazos, no se aplicaron. Aquél presidente con amplias facultades para tomar las decisiones —los llamados poderes metaconstitucionales— en beneficio del país, cayó en desuso.
Al contrario, Felipe Calderón es la muestra del presidente débil, faccioso, empecinado aún sin tener la razón de su lado; del discurso televisivo, ausente por las tardes por su afición etílica; sin poder de convocatoria, porque a estas alturas ni su partido lo sigue; sin diálogo con sector alguno, porque le han perdido la confianza. Un presidente que no se legitima en los hechos, aún con el Ejército en las calles. Es la sintomatología de un presidente que no tiene salida, porque tampoco la construye.
Por eso se habla ya de su renuncia, porque el sello que le está imprimiendo a su presidencia es la incompetencia. Ha tratado de ejercer un presidencialismo autoritario, porque se empecina en batallas perdidas. Nunca mostró planes de mediano ni largo plazo para el país. Por eso la situación se deteriora.
Atrás quedaron las políticas de Estado, como sí las hay, por ejemplo en los Estados Unidos. Un país en donde existe la política de seguridad nacional, la geopolítica y la geoestratégica para el bienestar general. Si no políticas, son lineamientos que permanecen con el partido que sea. Por eso se dice que tanto demócratas como republicanos representan lo mismo. Porque en los hechos así es. En México, en cambio, el PAN resultó peor que el PRI. Peor en materia de gobierno. De políticas. De desarrollo. De bienestar para la población. Con toda la criminalidad que se le pueda achacar al PRI.
Pero el PAN no supo siquiera emular el presidencialismo priista. Con todas sus deficiencias. El caso es que, a estas alturas, a Felipe Calderón se le acabó el sexenio.

Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com

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