03/octubre/2010
*Conspiración policiaca y secuestro de Correa
*El pueblo ecuatoriano salvó la democracia
“Una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad”: Montesquieu (1689-1755).
¿Quién está detrás del frustrado golpe de Estado perpetrado el jueves 30 de septiembre en contra del Presidente de Ecuador, Rafael Correa? Una interrogante con respuestas claras por las tantas evidencias. Con operadores internos, pero también seguramente externos.
Las protestas policiacas en Quito y otras ciudades, presuntamente por la supresión de la Ley Orgánica del Servicio Público [“No se trató de una legítima reivindicación salarial sino de un claro intento de conspiración, dijo Correa], derivaron en amenazante revuelta. Mejor dicho, en soterrada expresión de una estrategia con varias acciones coordinadas de desestabilización que culminaría con el asesinato del presidente.
Nada casual. Desde el abandono policiaco de sus puestos de trabajo (calles, bancos, aeropuerto, instalaciones diversas), el motín, las agresiones con gas lacrimógeno a Correa cuando intentó negociar con ellos en el Regimiento Quito, su posterior secuestro que duró 11 horas en el hospital —más bien cueva de lobos— bajo acoso continuo; hasta el cierre del aeropuerto operado por militares de la fuerza aérea, la toma de TV Ecuador por una horda de 40 encabezados por el exabogado de Gutiérrez, Pablo Guerrero, la inseguridad en las calles, amenazas a la prensa extranjera y los tiroteos que dejaron tres muertos y 167 heridos, entre otras acciones. Todo al mismo tiempo.
A eso hay que agregar, como informó la agencia de noticias del gobierno ecuatoriano, Andes, lo grave: “Los cuatro impactos de fusil, tres en el capot y uno en el parabrisas. Justo de lado en el que iba el mandatario”, cuando era trasladado a bordo de una camioneta blindada todo terreno, desde el hospital en donde fue retenido y rescatado por el operativo militar, hasta la casa presidencial para retomar sus actividades.
La intentona golpista, tuvo orquestadores con nombres y apellido. Vendrán las indagatorias para dar con “las raíces” de la revuelta, como dijo el canciller Ricardo Patiño, las demandas judiciales y la cárcel para los culpables. Cero amnistía para los cabecillas, comentó Correa. Se trató, dijo el presidente ya seguro en la Plaza de la Independencia frente a Palacio de Gobierno, de la culminación de una serie de acciones que comenzaron el día de las elecciones que lo llevaron al poder.
Fue una reacción de la oposición que encabezó el expresidente Lucio Edwin Gutiérrez Borbúa, ingeniero civil, político y exmilitar que estudió un diplomado en Relaciones Internacionales y Defensa Continental en el Inter-American Defense de Washington, y su Partido Sociedad Patriótica, aunque después lo negó. Con el dedo dulce, porque él fue quien, en contubernio con Antonio Vargas y Carlos Solórzano, formaron el triunvirato espurio que operó el golpe de Estado contra el entonces presidente Jamil Mahuad, aquél 21 de enero de 2000, para después convertirse en candidato él mismo y ganar la presidencia (2003-2005).
Ahora quiso, Gutiérrez, hacer lo mismo para derribar a Correa; llevar a cabo, como en Honduras, la sucia operación Micheletti (28/VI/2009), que derribó al presidente constitucional Manuel Zelaya. Por eso se apresuró, en tanto el presidente padecía el acoso, a proponer la disolución del Parlamento, la renuncia de Correa y convocar a elecciones. Para evitar “una salida inconstitucional al problema —dijo Gutiérrez—, Correa debería convocar a la llamada muerte cruzada, por lo que puede disolver el Parlamento y llamar a elecciones presidenciales anticipadas”. “Para evitar la posibilidad de derramamiento de sangre en el país”.
Los anticipados eran ellos, porque Gutiérrez fue apoyado por otros actores. Como el soliloquio pronunciamiento de un asambleísta títere, Cléver Jiménez, jefe del Bloque Movimiento Pachakutik, quien “pidió la renuncia del presidente Correa y llamó a los movimientos sociales (¡sic!) a conformar un solo frente nacional”, suficiente para sacar al presidente Correa del Palacio de Gobierno.
El cálculo le falló a los golpistas, porque no contaron que la denuncia temprana de Correa movilizaría a la población en su defensa —la gente salió a las calles, llenó la Plaza Mayor y acompañó a los militares a rescatar a Correa del hospital policial donde fuera atendido y secuestrado— y provocara las reacciones internacionales de repudio a la intentona contra el Estado ecuatoriano. La población salvó a su Presidente y con ello a su incipiente, pero al fin democracia.
No como justifica Gutiérrez, que “el gobierno ha sembrado odio y violencia entre los ecuatorianos, y viola permanentemente los derechos de los ciudadanos…”. “Creo que el fin de la tiranía de Correa está cerca, sentenció el expresidente, porque el modelo del Socialismo del Siglo XXI es insostenible en el tiempo” y desaparecerá cuando Chávez o Correa desaparezcan. Le falló.
No como propone el presidente de Ecuador: “Los hechos (la intentona golpista), sólo se deben al temor de la revolución ciudadana, es decir, el programa de gobierno basado en la recuperación de los recursos naturales, austeridad administrativa y alianzas con países afines como Venezuela y Bolivia”. Por algo fue también la solidaridad internacional. Acciones como estas encienden los focos rojos para las democracias Latinoamericanas. Hoy como ayer, los golpistas sacan la cabeza entre los barrotes de las jaulas. Es una provocación para toda Sudamérica, dijo el presidente Alan García. “Si se deja pasar a los gorilas, la hora del gorilaje y de los golpes puede volver al continente”, agregó.
Entretanto, no olvidemos que en situaciones como estas aparece siempre Estados Unidos. Al acecho para irrumpir e intervenir contra aquellos gobiernos que escogen, de la mano de sus pueblos, las vías alternas de desarrollo ajeno al sojuzgamiento para resolver los problemas de miseria y explotación. Porque los planificadores de la geopolítica gringa no pueden ver a gobiernos como el de Venezuela, Bolivia, Honduras [tiempos de Zelaya], y ahora Ecuador. Quiere oligarcas aliados que defiendan sus intereses, conforme a la geopolítica regional siempre dispuesta a sojuzgar gobiernos y pueblos a su manera.
Y no hay un solo golpe de Estado desde los años reacios de las dictaduras latinoamericanas de los años 70 a la fecha, que no haya sido atizado [planeado, dirigido, financiado] desde afuera por la diplomacia y los órganos de inteligencia de los estadounidenses —comenzando por la CIA—, en misiones secretas con vendepatrias locales como Micheletti y ahora Gutiérrez. El tiempo lo dirá.
Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com
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