01/agosto/2010
*Guerra sicológica, y ¿narcoguerrilla?
*El descabezamiento de capos pulveriza
“Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”:
Voltaire (1694-1778).
No se equivocó José Luis Piñeyro, maestro e investigador de la UAM y especialista en el tema de seguridad nacional, cuando en abril pasado diagnosticó que comenzaba a vislumbrase el riesgo de que las mafias del crimen organizado se estuviesen aproximando al Valle de México. Dicho sea porque los actos violentos se venían acercando cada vez, sobre todo al Distrito Federal. Pero además, que en el país se están utilizando cada vez, junto a la guerra sicológica vías las narcomantas, tácticas guerrilleras.
Fue a mediados de diciembre de 2009, en el estado de Morelos, donde ocurrieron las pesquisas de la Marina que acabaron con la vida del capo Arturo Beltrán Leyva, el Jefe de jefes. Y en varias entidades del Estado de México, tanto en las cercanías de Michoacán como de Pachuca, han arreciado durante los últimos meses, lamentablemente también, los actos delictivos relacionados con bandas del narcotráfico (Gerardo Álvarez Vázquez, El Indio, fue capturado en una zona exclusiva de Huixquilucan, también a mediados de abril de 2010).
Hasta ahora ninguna entidad de la República ha quedado exenta de la violencia de las bandas del crimen organizado. No se diga aquellas que son parte de las rutas para el trasiego de las drogas, y para el brinco hacia los Estados Unidos que conforman el “paso del norte”. Y del Valle, mucho menos la ciudad de México que es el centro financiero y de “negocios” del país.
En el Distrito Federal abundan los llamados “giros negros”, aquellos antros en donde circula cualquier tipo y cantidad de drogas. Un mercado “apetecible” para los traficantes. Recuérdese el muy sonado caso del futbolista, Salvador Cabañas, quien fue agredido con arma al interior del Bar-Bar en Insurgentes 1854 por José Jorge Balderas Garza, El JJ o El Modelo, un sujeto a quien las indagatorias relacionaron después con Edgar Valdez Villarreal, alias La Barbie, quien “trabaja” en estados del sur como Guerrero y Morelos.
En los últimos días (27 y 29 de julio), ocurrió el asesinato de cuatro jóvenes en la demarcación de la Venustiano Carranza, en la colonia 20 de Noviembre; al igual que otros cuatro que fueron ultimados en una pizzería en Sta. Úrsula Coapa, en Coyoacán. En actos que parecen todo menos delitos del fuero común (son tipificados como delincuencia organizada aquellos cometidos por dos o más sujetos).
Sobre este último crimen, el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, dijo que los delincuentes “no se la van a acabar y los vamos a detener cueste lo que cueste”, porque “están identificados y serán capturados”; seguramente ubicados por las cámaras desplegadas en varias calles y cruces de la ciudad y porque “aquí sí se va a investigar” hasta encontrarlos. Al menos hay esta herramienta para la indagatoria. El problema es que ni el DF se salva de la delincuencia.
Del mismo modo, en declaraciones del 30 de abril, aparecidas en el diario La Jornada bajo el encabezado “Riesgo de narcoguerrilla en el Valle de México”, el profesor Piñeyro agregó lo siguiente: “La ciudad está cada vez más cercada por la violencia; tenemos grupos o células de jóvenes cooptados por el narco que realizan bloqueos u otro tipo de acciones, como ha sucedido en Monterrey y otros lugares, para aparentemente protestar por acciones gubernamentales, pero también como distractor de los cuerpos policiacos para encubrir acciones ilícitas que ocurren en ese momento”.
Pero además, complementó Piñeyro: “El narco está usando tácticas clásicas de guerrilla, como son los ataques sorpresa, capacidad de movilización geográfica y lo que se ha llamado guerra sicológica a través de narcomantas o mensajes para atemorizar a la población”. Eso en varios estados del país, pero no tanto en el DF.
Sin embargo es de llamar la atención lo del uso de tácticas de guerrilla que, en manos de las bandas del crimen organizado pueden resultar fatales. Tanto más ahora que se desatan acciones de narcoterrorismo, que afectan directamente —ya no sólo intimidan— a la población. Y actuando en pequeñas células para perpetuar ataque sorpresa, afectará todavía más.
El tema viene a cuento, resurge como preocupación, porque entre las reacciones que pueden derivar de la muerte del capo Ignacio Coronel Villareal, Nacho o El Cachas de Diamante, durante el “operativo de precisión” por parte del Ejército en Zapopan Jalisco, el pasado jueves 29 de julio, se prevé una mayor violencia en los estados de Nayarit, Colima y Jalisco. Ya por la muerte de Ignacio Villareal y el hijo, ya por la disputa de la llamada ruta del Pacífico. ¿Eso está previsto por el gobierno?
También lo advierte el propio Piñeyro, consultado al respecto, porque entre los escenarios “menos malos” está que tengamos una serie de minicárteles, pero no que se vayan a reducir el narcotráfico de manera significativa en México. No obstante eso es grave, porque “con el descabezamiento de los capos de la droga más buscados por Estados Unidos ‘se puede contribuir poco a poco a atomizar a los grupos delictivos mexicanos, y ahora, en lugar de siete cárteles que operan en el país, podría triplicarse el número de pequeñas organizaciones criminales que operen a escala territorial’”. (La Jornada, viernes 30 de julio).
El riesgo es que, ya sea atomizados o conformados como minicárteles, los criminales seguirán con el lucrativo negocio, pero podría ser en acciones de narcoguerrilla. Ese es el peligro de una posible atomización de las bandas criminales. Antes, con la cercanía al Valle de México de la actividad de las bandas del crimen organizado, no se equivocó Piñeyro. Esperamos que ahora sí. Y que el gobierno lo tenga previsto todo entre los escenarios posibles.
Cierto que ahora el gobierno tratará de sacudirse a los críticos que lo señalan como protector de El Chapo (sin olvidar que se trata de la primera acción importante en contra del cártel de Sinaloa), pero la caída de Ignacio Nacho Coronel no redundará en la desarticulación de dicho cártel. El Ejército hace el trabajo que se le encomienda. Pero el gobierno no hace lo que le corresponde. La detención de un capo no representa acabar con el problema. Eso no reduce la inseguridad que padece la población. Lo peor es que si el crimen muda de forma de actuar —narcoguerrilla o narcoterrorismo—, el gobierno se quede entrampado en lo mismo.
Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com
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