12/mayo/2010
*La incompetencia del ombudsman
*Los derechos humanos, al garete
“La omisión del bien no es menos reprensible que la comisión del mal”: Plutarco (50-125).
En México, las violaciones a los derechos humanos se quedan en el tintero de los visitadores de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), o en el escritorio de su titular, el abogado Raúl Plascencia Villanueva. Es decir, que la institución del Estado, encargada de resolver los casos de violación flagrante a los derechos humanos (DH) que tanto lastiman a la sociedad (los casos abundan), se quedan en el limbo. Por no decir lo peor: en la opacidad, o en la impunidad del propio sistema.
Lo grave de todo es que, como instancia, la CNDH está para eso; para resolver. Con el presupuesto y todas las herramientas necesarias. Para investigar las violaciones que lastiman a la sociedad. Y, en su caso, para emitir las “recomendaciones” debidas; mismas que de por sí tienen un peso, porque llevan al descrédito a quien las recibe. En el pasado reciente, eso ya representaba algo; pero ahora no hay ni eso. Porque ni la sociedad ni los organismos defensores de los DH tienen respuestas.
Por lo mismo, las acusaciones que en otros tiempos ha recibido la Comisión ahora se magnifican. Que no resuelve porque no investiga. Que responde al interés del Estado para proteger a los culpables, porque cuando investiga tampoco va al fondo de los asuntos. Con todo y que las violaciones sean muy evidentes. Por lo tanto, no emite las resoluciones por incumpliendo, o porque pone oídos sordos para proteger a los agresores de los DH.
Ya en tiempos de José Luis Soberanes se criticó el actuar de la CNDH. O bien su parcialidad, o mal su descarada complicidad. Como en el caso de la muerte de la indígena náhuatl de Zongolica, en Veracruz, Ernestina Ascencio, en marzo del 2007, un asunto que internacionalizó. Presunta violación que involucró a varios militares del Ejército. Con muchas contradicciones en las investigaciones de por medio, al final quedó en claro que Soberanes estuvo de lado de los victimarios.
Y serían los diputados (y no la CNDH), quienes emitieran las “recomendaciones” debidas a los implicados. Entre ellos, por supuesto, la propia Secretaría de la Defensa Nacional. En su momento, el caso fue catalogado como “el fraude más grande” del doctor Soberanes. Todo para “tapar” a los implicados y proteger a la Sedena.
Llegados los tiempos de la sucesión de Soberanes, Raúl Plascencia quedó al frente como producto de una “negociación” partidaria. Como muchas cosas que ocurren en este país, porque se deciden a esa suerte del estira y afloja de los líderes de los partidos, o de los representantes “populares” dentro del poder legislativo. En el ambiente quedó el mal sabor de boca de que Plascencia venía, como antiguo colaborador y primer visitador de la CNDH con Soberanes, a seguir con la misma línea.
Lo primero que dijo Plascencia era que no. Que él llegaba a la Comisión como una gente comprometida con la defensa de las víctimas, y bajo las garantías de transparencia y austeridad en el manejo de los recursos. Y que no llegaba al organismo para el continuismo o la continuidad. Como a otros funcionarios, la sociedad le dio el beneficio de la duda.
Pero el caso es que ahora, en estos tiempos en que arrecia la violencia también se presentan más casos de violaciones a los DH y la CNDH no da la cara. Tiene muchos asuntos en calidad de rezago. Es más, si antes se presentaba de inmediato para las indagatorias, ahora llega tiempo después al lugar de los hechos. Cuando ya las evidencias no le sirven ni al mejor perito. Y como no investiga, pues entonces solicita las investigaciones de otras instancias, como las policiacas. Pero si no se las dan, tampoco presiona. O sea que, ahora, con Plascencia la CNDH está todavía peor que cuando simplemente se encubría a los victimarios.
Es decir que, ahora la CNDH ni siquiera hace su trabajo. Y los casos están a la vista. Nada hay sobre las indagatorias por la muerte de los estudiantes del Tec de Monterrey; como tampoco sobre los niños asesinados en un retén militar, allá en Tamaulipas, en días recientes de marzo y abril, respectivamente. Pero no son los únicos. Y todos sin solución. También está la muerte de dos personas que no tenían vela en el entierro en el operativo de Cuernavaca, donde murió Arturo Beltrán Leyva. Pero, por encima de todo, están los cientos de miles de asesinatos que no se investigan, porque son los “daños colaterales” de la lucha antinarco del actual gobierno.
Se sabía que Plascencia traía sus pendientes. Porque algunos casos importantes quedaron en el olvido cuando era el primer visitador de la Comisión. Por ejemplo. Nunca emitió recomendación alguna por el linchamiento de los agentes federales en Tláhuac, DF, en el 2004. Tampoco hizo por esclarecer los casos de tortura a los globalifóbicos (el término es de Ernesto Zedillo, el expresidente mexicano que suplió a Luis Donaldo Colosio en la candidatura), en Guadalajara allá en la Cumbre de 2004.
Por si fuera poco. El denigrante asunto de la muerte de los 35 niños en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora, entre cuyos implicados hay familiares de la esposa del presidente, de Margarita Zavala, el flamante Plascencia no dijo más de lo que emitió en su informe el propio Seguro Social, el IMSS. Y claro, su mayor pendiente del que tampoco hizo nada, y fue el tema que más le brincó desde sus días como precandidato a suceder a Soberanes: el aberrante caso de las mal llamadas “muertas de Juárez”. Y los tantos periodistas asesinados y desaparecidos de los cuales la CNDH no resuelve.
Por eso ahora se explican su elección y su omisión. Dicen algunos, porque va con su personalidad omisa, de bajo perfil, casi silenciosa. La de un ombudsman, o bien incapaz de hacer su trabajo; o mal, coludido con el sistema para proteger a los personajes que en este país violan los derechos humanos y queden en total impunidad. Son los actos de Raúl Plascencia Villanueva, sus acciones, los que lo delatan.
Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com
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