viernes, 19 de noviembre de 2010

CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN

19/noviembre/2010

*México, del 20 de noviembre de 1910, al 2010
*Promesas vs. lastres, arrinconamiento social

“Las revoluciones pasadas ni perduran ni se extinguen. Permean y se transfiguran en la vida social como cultura propia y como herencia recibida de las generaciones precedentes”: Adolfo Gilly.

Mañana es el 20 de noviembre, día en que se celebra el inicio de la Revolución Mexicana (RM) aquél 1910. Ahora la gente se pregunta, y más los jóvenes: ¿Cuál revolución?, ¿la mexicana? —¡Ah, pero esa quedó en la historia!, se responden. ¿Qué no? Mejor dicho, en los libros de la escuela. A lo más, está en la memoria de los contados bisabuelos sobrevivientes. Dos generaciones después, sólo los que la estudiaron saben algo. Ante este tipo de argumentos, ¿quién refuta? Todos, porque no es verdad.
No obstante, mañana que se festeja el Centenario, como el Bicentenario de la Independencia, no se va más allá del estruendo de los cohetes y las luces de colores. Cual fiesta de disfraces con arlequines y bufones en las cortes de la Europa medieval. El reflejo de lo que el mismo gobierno no sabe qué. Para qué sirve ni con qué se come. Porque tampoco nada hay qué decir desde el poder y menos a manos del Partido Acción Nacional. Todo lo contrario, porque el PAN es antirrevolucionario, tan antipopular como antidemocrático.
Porque la RM se quiere ver ahora más un hecho anecdótico que analítico. Es objeto del revisionismo, no del balance de los acontecimientos para la Historia. Esa, la que se escribe con mayúscula; no la historia bajo pedido del de arriba que todo lo acomoda. Ahora el poder desdeña —prefiere poner oídos sordos e ignorar— que fue, pésele a quien le pese, un movimiento auténticamente social y revolucionario reivindicativo [la primera del siglo XX en el mundo], aunque desordenado y sin mayores directrices que la intuición de sus verdaderos líderes: Emiliano Zapata en el sur del país y Francisco Villa en el norte, con sus seguidores.
Y párenle de contar, porque los demás fueron una bola de traidores, salvo la “buena voluntad” de Carranza por tratar de ordenar e institucionalizar el movimiento vía la Constitución en 1917. Pero su gente aprendió a ejercer los abusos desde el poder; por eso dio cuño al término “carrancear”. El tesoro nacional en manos de Venustiano en Tlaxcalantongo es aparte. No obstante, cada personaje es un actor principal en diferentes etapas del movimiento revolucionario. Por eso se habla de las varias revoluciones en una. La de los hermanos Flores Magón, la de Madero, la del traidor Huerta. La de Carranza, la de Obregón y las de Villa y Zapata.
El problema fue que, luego de participar en “la bola”, las clases populares recibieron “migajas” de los que se apoderaron de los “beneficios”. Los poderes establecidos institucionalizaron la “revolución” durante el largo período de Plutarco Elías Calles, por lo del “Maximato”, y repartieron las tierras; no sin antes contener a los caciques locales —militares “generales” armados— también con grandes extensiones de tierra en todo el territorio nacional. Los gobiernos de Ávila Camacho y Miguel Alemán serían de transición hacia la industrialización del país. Es decir, la RM encontró a un benefactor último en Lázaro Cárdenas. Hasta allí llegó el reparto agrario. Se acabó el milagro revolucionario. Pero las promesas alcanzaron hasta el régimen del presidente José López Portillo —por eso él se autocalificó como el último Presidente de la revolución. Sin embargo, durante ese periodo, la economía mexicana cumpliría su parte con el desarrollo del México moderno.
¿Crisis o traición? Cuando en su ensayo de 1947, “La crisis de México”, Daniel Cosío Villegas, el fundador de El Colegio de México —que luego el gobierno se apropió— y el Fondo de Cultura Económica, habló de que “las metas de la Revolución se han agotado, al grado de que el término mismo de revolución carece de sentido”, se alzó un alboroto entre la clase política mexicana. El señalamiento había dado en el blanco, porque las campañas proselitistas se ufanaban de estar sustentadas en las metas revolucionarias. Y eran de parapeto, como quedó demostrado posteriormente. Es decir, que Cosío Villegas tenía razón.
Poco desde comenzó a decirse también [Stanley Ross], entre los especialistas, historiadores y críticos informados, que la revolución había muerto. Ni lo uno ni lo otro le cuadró al poder, porque se le estaba arrancando una bandera de legitimación; el arrastre de los votos del México rural y campesino [el después llamado “voto verde”]. Pero nada sustentaba ya la vigencia revolucionaria. Nada iba más allá de las promesas para los autocalificados gobiernos de la revolución. Así, ni la institucionalización que de la RM hizo el PNR (Calles), y luego el PRI (Camacho), ni las ceremonias del “partido oficial” donde se siguió hablando de la RM cuajaron más.
El teatro lo derribó Carlos Salinas con su proyecto entreguista neoliberal. De entonces a la fecha, hablar de la RM es improperio; desde la clase política, claro está. Porque los pendientes por los cuales se luchó durante la RM siguen en pié. El diagnóstico y la crítica al porfiriato que hizo en 1909 Andrés Molina Enríquez, sigue vigente a la vuelta de la rueda del presente siglo. Las condiciones de vida de la población en el campo y en las ciudades las denigra.
Si con el PRI durante sus últimos gobiernos no llegó la justicia social a los mexicanos, con el PAN en el poder mucho menos. De sorna es que a este partido le hayan tocado los festejos conmemorativos de los 10, el 1810 y el 1910. Lo peor es que este 2010 es uno de los años más sangrientos de la historia del país, si no el que más. Pero por una revolución a la inversa, porque el síndrome de la descomposición del sistema vía la siembra del terror desde las pugnas entre los cárteles de las drogas, el crimen organizado y la declarada “guerra” por parte del gobierno federal, son contestatarias al desarrollo social, a la justicia y la tranquilidad de toda propuesta de cambio para bien del país.
Y todavía más, lo que comenzó como una lucha por la democracia y en contra de la reelección del dictador Porfirio Díaz, luego de un corto periodo de maderismo con atisbos democráticos, el paso por una revuelta entre caudillos y traidores por las ambiciones de poder, acabó por enterrar las aspiraciones legítimas de un pueblo. Un partido que nació por oposición al oficialismo, el PAN, como demócrata ahora es bandera de intereses contrarios a tales fines democráticos. Y el llamado a cumplir los compromisos sigue en pie. Si el PRI no pudo, el PAN menos. Pero las causas de la RM están aquí.

Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com

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