11/agosto/2011
*Un disfraz para el imperio de la fuerza
*Violencia juvenil versus discriminación
Cuando Noam Chomsky profundizó en el sentido del lenguaje de los políticos y las noticias de la prensa escrita, comenzó a hacer corajes y a descubrir la versión falaz que esconde el poder tras la pantalla del disfraz democrático. El doble lenguaje responde a que, por un lado, el imperio estadunidense dice una cosa a sus conciudadanos para justificar sus guerras [perdón, ¡sus políticas!], y por otra en el mundo opera haciendo uso de la fuerza para conseguir sus metas. El fin que justifica los medios.
Pero eso indigna sobremanera al menos versado en materia de política exterior de los Estados Unidos, con mayor razón a un hombre comprometido con su gente. Y pronto, de ese modo, el mismo intelectual crítico del sistema imperial mejor se dedicó a desenterrar de la historia las mentiras de su país ofertadas por los gobiernos estadounidenses, en lugar de seguir hurgando en los dilemas del lenguaje [recuérdese que Chomsky comenzó como gramático y filósofo, más que político]. Así lleva escritos un gran número de libros donde cuestiona la política interior, exterior y diplomática de su país; las atrocidades de la guerra también. “La diplomacia —dice en El miedo a la democracia—, entendida como un disfraz para el imperio de la fuerza”.
Es decir, que entre los principales pregoneros de la democracia en el mundo están los gobiernos estadounidenses [su gente; el pueblo igualmente explotado, es tan víctima de las políticas imperiales como el resto del mundo]; pero priorizando, o bien la política de la zanahoria para los amigos, los vecinos y los competidores, o peor aún el mazo del Pentágono con la fuerza de la invasión militar y de la guerra para los considerados enemigos.
El ardid democrático por delante. Dice Chomsky: “Una sociedad es democrática en la medida en que sus ciudadanos desempeñan un papel significativo en la gestión de los asuntos públicos. Si su pensamiento es controlado o sus opciones son estrechamente restringidas, no está, evidentemente, desempeñando un papel significativo: sólo los controladores y aquellos a quienes sirven lo hacen. El resto son acciones sin significado, falsas y formales. Existe por tanto una contradicción. Sin embargo, ha habido una importante corriente de opinión intelectual que se inclinaba hacia lo contrario, que afirmaba que el control del pensamiento era esencial precisamente en aquellas sociedades que son más libres y más democráticas, incluso cuando medios institucionales limitaban las opciones disponibles en la práctica. Estas ideas y su puesta en marcha, están, quizás, más avanzadas en los Estados Unidos que en ningún otro lugar, reflejo de que la suya es, en los aspectos más importantes, la sociedad más libre del mundo”.
Pero tanto se ha dado en EU como en el resto del mundo “desarrollado” donde también los gobiernos se dicen sostener regímenes libres; una democracia de parapeto o real en tanto no pone en jaque al sistema. O que funciona en tanto sirve para los fines que los poderes establecidos mandatan o hacen de aceptación general por todos los medios, y eso incluye a los de comunicación servil del sistema. Un sistema de explotación desde los instrumentos que el capitalimperialismo ha generado también históricamente.
Por eso, cuando los esquemas se modifican; es decir, si las condiciones cambian y los pueblos protestan en las calles [porque los sistemas representativos no les dejan más opciones], aparecen los aparatos represores —policías antimotines, de choque o de plano militares— y los gobiernos se olvidan de la democracia. Sucede siempre. Máxime cuando el propio sistema agota sus esquemas de autosatisfacción o autorreproducción del capital, y en tiempos de crisis profunda como ahora sucede en todo el mundo desarrollado; en Estados Unidos pero sobre todo en Europa.
Y siempre la cadena se rompe por los eslabones débiles, cuando revienta el asunto. Entonces la democracia deja de ser democracia o pierde su carácter libre. Es cuando el régimen se olvida de las elecciones, de la libre participación, de la libertad de asociación, de la expresión de las ideas, de la libre manifestación en las calles, etcétera. Es cuando aparece el Estado represor, que es la antítesis de la democracia.
En pro del orden se utiliza la fuerza pública. Los pretextos sobran. Desde viejas rencillas entre grupos sociales con las policías locales, hasta problemas raciales añejos. En el Reino Unido fueron las dos cosas: conflictos por la discriminación que padecen los grupos étnicos en todo el territorio [subsaharianos, afrocaribeños, turcos]; problemas añejos irresueltos entre estos grupos y la policía. Hoy un problema similar al de hace 30 años: violencia por asuntos de discriminación. Hoy la muerte de un joven negro desató las protestas en Tottenham el sábado 6.
El problema tiene en vilo al Reino Unido. Ciudades como Londres, Liverpool, Birmingham, Manchester, Wolverhampton, Salford o West Bromwich. David Cameron suspendió sus vacaciones en Italia para acudir al llamado con el envío de 16 mil agentes este miércoles a fin de contener violencia y saqueos. Es “pura y simple criminalidad”, dijo Cameron. Nada qué ver, según el primer ministro, con los registros del mal trato a los grupos étnicos que habitan en esas y otras ciudades importantes del Inglaterra, o las carencias de empleo, satisfactores sociales por parte del Estado o ingresos aceptables. Tampoco con la discriminación o la xenofobia. Nada importa.
De ahí el doble lenguaje. Porque los problemas no son nuevos. Tampoco las respuestas mediante el uso de la fuerza, ahora con la Policía Metropolitana lanzando gases lacriomógenos, pelotas de goma, cañones de agua y el uso de vehículos acorazados. También saqueos a comercios e incendios a establecimientos o quema da autos, ciertamente. Pero la crisis estalló porque el joven Mark Duggan murió por arma de fuego disparada por un policía y la exigencia de justicia al caso. El problema creció como el fuego en leña seca.
Lo mismo que en otras partes del mundo desarrollado, donde no hay solución a los dilemas de la población. Es decir, que las expresiones de inconformidad se convierten en violentos cuando los gobiernos no dejan alternativas. Es cuando desaparece la democracia y aparece el uso de la fuerza. El extremo son las bayonetas y las armas. Lo mismo que ha sucedido en otras décadas en los países pobres, y que reproducen ahora en los países ricos. No es culpa de los jóvenes que se comunican vía twitter, sino de los gobiernos que incumplen la demanda ciudadana. Cuando la democracia se vuelve inútil. En Chile el gobierno de Piñera no canta mal las rancheras. El disfraz de la democracia que señala Chomsky.
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