04/agosto/2011
*Dignificar el periodismo de investigación
*Diagnóstico interno de la descomposición
El mismo diagnóstico que se levantó desde la víspera de la toma de posesión del presidente que instaló la alternancia política en el 2000, Vicente Fox Quesada, es el de ahora. Pero andando como los cangrejos, mucho peor. Pues se presume que han pasado algunos años, y los gobernantes del Partido Acción Nacional (PAN) habrían acumulado experiencia y dotes para solidificar los principios que le dieron vida partidaria y ahora lo tienen en la cumbre de las decisiones para dirigir un país con tantos retos por delante como México.
Si algo tiene el periodismo de investigación es que acude a las fuentes. A las entrevistas con los actores de la vida política nacional, con los analistas que están al tanto de los acontecimientos para reflexionar atinadamente aportando elementos de juicio —cuando no de crítica, que es lo que la realidad mexicana merece y no poses de mera complacencia—, y con la memoria histórica. Es decir, algunos elementos con los que se alimenta el reportaje.
Y a últimas fechas, algunos muy destacados reporteros del medio periodístico mexicano, con todo y los riesgos que asumen por seguirle los pasos aquellos actores nefastos de la política —quienes hacen uso y abuso de los cargos públicos con fines personales o de mafias, lo que deriva en deterioro del país según el campo de acción—, dan cuenta puntual tanto de lo evidente como de lo que se esconde tras las negociaciones, las declaraciones de banqueta, las conferencias de prensa; las fachadas de los políticos, los spot, la alta traición de sus soportes ideológicos y políticos, como pueden ser los lineamientos de partido y del gobierno, etcétera.
Ahí están los reporteros de la revista Proceso, de Contralínea, de Forum, y algunos otros medios impresos —ahora también en la red tanto del Distrito Federal como del interior del país—, que sobreviven sin publicidad oficial y con escasos recursos porque le apuestan a descubrir las verdades tras el encumbramiento del político, el gobernante o el legislador; y todo aquél que escudado en el ejercicio de la política una vez que detenta un cargo por nepotismo o amiguismo [que no por preparación o capacitación: léase la mediocridad del gabinetazo foxista y ahora calderonista], saca las uñas para dos cosas: clavárselas al presupuesto —“un político pobre es un pobre político”: Carlos Hank—, o a los enemigos de la política y hasta de su propio partido cuando de rebatingas internas se trata [véanse los pleitos continuos al interior del PAN].
Y eso no les agrada a los hombres enquistados en sitios de algún espacio de poder. De todos modos ahí están los libros de mujeres valientes como Lydia Cacho, Ana Lilia Pérez, Anabel Hernández; de hombres como José Reveles, Ricardo Ravelo, Jenaro Villamil, y Álvaro Delgado, por citar algunos, que describen partes importantes de la descomposición del país.
El caso es que en esto los gobiernos panistas se pintan solos. Como en general, no obstante detentan el poder presidencial por un golpe de timón más que por la voluntad popular, puesto que no se respetaron los votos en una elección tan ilegítima, la del 2006, como la totalmente legal del año 2000. En aquella se arrebató el poder a otro partido y candidato; en ésta se eligió al primer presidente de la oposición en México, pero que luego devino en desgracia como resultó el gobierno de Vicente Fox.
La reflexión descrita viene a cuento porque se trata, primero del partido en el poder y sus reticencias a la crítica. Principalmente sobre aquellos problemas que tanto laceran la tranquilidad nacional, los cuales el mismo partido gobernante ha prometido encarar pero no resuelve y por lo mismo son objeto de la crítica: los temas del narcotráfico, los carteles de las drogas, la violencia generalizada, el saqueo de Pemex desde la camarilla del poder presidencial, la pederastia, etcétera. En pocas palabras el dilema de la seguridad pública por la violencia desbordada, como asuntos imprescindibles para cualquier gobierno, entre otros como la corrupción e impunidad sistémicas.
Seguidamente, porque un partido sin principios de todo tipo, tampoco es digno de confianza. Ahora y siempre. De igual manera sus dirigentes o sus gobernantes porque tienden al sectarismo o a favorecer sólo a un sector de la sociedad dejando fuera todo lo demás. La miopía es característica de los gobernantes del PAN; palpable sobre todo en su falta de proyectos de nación, de interés por resolver los problemas más graves del país y hacer algo en beneficio de la colectividad. Todo lo contrario, porque con la dichosa guerra contra el crimen organizado se han pospuesto todos los demás compromisos con el país y sus habitantes.
Así, el seguimiento puntual de los problemas internos del PAN que ofreciera en su momento el reportero [en 2007] Álvaro Delgado en su libro El engaño: prédica y práctica del PAN, han sido confirmados en un reporte reciente publicado en Proceso de la semana que corre, ¡por los propios panistas! Son los traspiés de los panistas, como secuelas de un partido más que de naufragio en descomposición.
Tan sólo un ejemplo del libro, por problemas de espacio. “Castillo Peraza, crítico implacable de Fox por su fobia al conocimiento y su inopia política, sin rumbo. [Expresó] ‘Es más peligroso un populismo de derecha que uno de izquierda’, sentenciaba. Por eso vio con desaliento el triunfo de Fox…” Y confió a Julio Scherer: “El día que Fox sea presidente de la república, habrá que agotar la existencia de resistol en el mercado. El partido quedará hecho añicos y habrá que pegar los pedazos uno a uno”.
Los augurios de Peraza se hicieron realidad, pero el resistol no se terminó porque ningún panista ha pegado los cachos. Ni los presidentes del partido —de Castillo Peraza, para acá, pasando por el propio Calderón: Bravo Mena, Manuel Espino, Martínez Cázares, César Nava, Gustavo Madero—, ni los presidentes del país, Fox o Calderón. Tampoco han cohesionado en torno a un proyecto de país. Ese ha sido su principal y más grande falla.
Y en “Tormenta sobre Acción Nacional”, publicada en la revista citada, se da una muestra, mejor dicho el diagnóstico que sobre el PAN otorga la Comisión de Reflexión y Análisis de ese partido a partir de la debacle electoral de 2009. “Hemos dejado de ser escuela de ciudadanía”. Un documento de “alta confidencialidad”. Refleja que el comportamiento de los panistas no se aplica la fuerza de las ideas, sino la fuerza del interés, la nómina y el poder. Porque no hay agenda para con la sociedad, “se han tolerado actos de corrupción de funcionarios y militantes”; se han privilegiado el arribismo y el oportunismo. “Se permite la democracia simulada, entre tamañas componendas internas”. Pequeña muestra de un partido naufragante.
Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com
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