04/abril/2011
*Crisis humanitaria europea, sin visos de solución
*Francia, promotor de la guerra, cierra fronteras
“Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. Una de esas batallas en las que se lucha hasta que todo queda como estuvo. No queréis destruirnos a nosotros, vuestros padres. Queréis sólo ocupar nuestro puesto. Para que todo quede tal cual. Tal cual, en el fondo: tan sólo una imperceptible sustitución de castas”: El Gatopardo, G. Tomasini di Lampedusa (1896-1957).
Refugiados, perseguidos y desplazados o expulsados. Problemas derivados de los conflictos políticos, religiosos o militares; secuelas inevitables de las guerras intestinas de países, o de confrontaciones. Mientras se suceden las revueltas contra los dictadores en los países del norte de África, los problemas por los desplazados se generan en Europa. Y es la prensa europea, la que está llamando la atención sobre este reciente dilema.
Guerra es sinónimo de tragedia humana. Primero están los caídos en el frente y sus secuelas; segundo, aquellas personas, involucradas o no [en México los muertos civiles por la guerra contra el narcotráfico son “daños colaterales”], que son víctimas de afectaciones físicas graves; tercero, la población en general que teme por su vida, mucha de la cual opta por huir. Esta última cae en la clasificación de refugiada, sea hacia otra ciudad dentro de su propio territorio, o que busque salida hacia otro país. La mayoría salva la vida pero, casi siempre en condiciones lamentables.
Las tres categorías caen dentro de lo que se conoce como las víctimas de la guerra; unas de manera directa, otras indirectamente. Y, como generalmente sucede, de las secuelas los Estados en guerra no se ocupan, aunque las provoquen. Si no lo hacen suficientemente con las víctimas del frente, mucho menos por todos aquellos que viven el problema cuando se desplazan interna o externamente. Si no lo hacen los generadores de conflictos, más prestos a la guerra —peor cuando se trata de gobiernos en abierto repudio—, tampoco los opositores que regularmente carecen de casi todo.
Como trastocamiento acelerado de un Estado en sentido “democrático”, en situaciones de violencia la población es víctima de represión, amenazas de muerte y todo tipo de violación a sus derechos humanos. Es por eso que el drama crece; se agudiza la crisis social. El problema alcanza niveles internacionales. Baste decir, por ejemplo, que en 1999 de Kosovo, Timor Oriental y Chechenia, por sendas guerras, huyeron más de un millón de personas de sus lugares de origen, en situaciones de desplazamiento forzado.
Ese es un dilema que ahora enfrentan muchos ciudadanos norafricanos, sobre todo tunecinos y libios; éstos últimos a raíz de las revueltas populares y los bombardeos contra Muammar Kadafi de la coalición que encabezan Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, hoy al mando de la OTAN. Huyendo de la violencia, muchos ciudadanos de ese país han dejado su ciudad natal para desplazarse a otras; los menos están huyendo hacia el extranjero, especialmente Italia, lo que está provocando desplazamientos en pequeñas embarcaciones hacia la isla Lampedusa [más conocida por la novela de Giuseppe Tomasini di Lampedusa, Il Gattopardo].
Es decir, mientras en los frentes de guerra libios los bandos luchan por ganar terreno unos frente otros y los negociadores de ambos lados hacen lo propio para intentar un cese al fuego —sacando la mayor ventaja política del conflicto hacia la recomposición—, el grueso de la población civil [mujeres, niños y ancianos] directamente involucrada teme por su vida.
Apenas ayer, el controvertido presidente del Consejo de Ministros, Silvio Berlusconi, reconoció que “la situación en Lampedusa es difícil”. Hace días fue de visita a la isla, en un claro reality show, un manejo político del conflicto —como otros; el problema de la basura en Nápoles o el terremoto de L’Aquila—, en el marco del juicio que enfrenta por acusaciones de prostitución de menores.
Ya el pasado 29 de marzo, los habitantes de la isla —apenas unos 5,000— protestaron masivamente por los problemas generados con la presencia de los inmigrantes, tunecinos primero y ahora procedentes de Libia; hacinamiento, insalubridad, basura, epidemias, etcétera, pero todos demandan servicios para sobrevivir. No se descartarían motines. El problema lo impone la cantidad. Desde el pasado 1° de enero han llegado cerca de 20,000, pero hay quienes temen que el número pueda llegar a los ¡50,000 inmigrantes! El Ministro del Interior, Roberto Maroni, comentó hizo un mes que las revueltas del norte de África tendrían consecuencias migratorias de “proporciones bíblicas”. Y no se equivocó. Tan sólo este fin de semana, en la noche del sábado al domingo, llegaron otros 346 para un total de 2,500 de refugiados.
“El problema del Ejecutivo —dijo El País el pasado 29 de marzo—, es que las revueltas han destruido de un plumazo su política de inmigración, basada en el hoy inaplicable delito de inmigración clandestina y en los acuerdos bilaterales con las dictaduras de Libia y Túnez. Caídos los sátrapas, las cosas no van tan bien. Roma prometió el sábado un crédito de 150 millones al Gobierno tunecino si frena las salidas. Pero estas han aumentado y ayer Maroni amenazó con devolver las pateras a Túnez aplicando la ‘repatriación forzosa’”.
Apenas este sábado, The Independent refirió la crisis de refugiados que en Italia va in crescendo. “Noche tras noche se amontonan en grupos, tratando desesperadamente de mantener el calor… Otros duermen en las laderas, a la espera de que llegue la ayuda. Mientras el mundo concentra su atención en los acontecimientos en el Medio Oriente y África del Norte, una crisis humanitaria en curso en Europa. Se trata de Lampedusa, una pequeña porción del paraíso italiano normalmente virgen del sur del Mediterráneo que se ha convertido en un campo de refugiados fétidos de miles de personas desesperadas que huyen de la agitación y la pobreza” [traducción libre].
Mientras ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), pide investigar dos embarcaciones con 400 inmigrantes que desembarcaron de Libia el pasado 25 de marzo y de los cuales no se tiene noticia —ver el seguimiento puntual del problema que hace el Corriere della Sera—; Francia, el primero de los países que determinaron la invasión occidental en Libia, aplica la política de fronteras cerradas según la determinación de su presidente Nicolas Sarkozy. A los aliados invasores no les importa la gente, les interesan los energéticos.
Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com
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