lunes, 11 de abril de 2011

MÉXICO, VIOLENCIA SISTÉMICA

11/abril/2011

*Denunciar, evitar la corresponsabilidad
*El país no se merece tamaño desdén

Ahora y siempre. En la revisión de los temas que padece México —como cualquier país—, se tiene que ir al fondo del asunto. Atender a la raíz y no andarse por las ramas. O, dicho sea desde otro punto de vista: mirar al árbol sin perder el bosque y viceversa. Evadirlo tiene sus implicaciones. El principal, es volverse corresponsable; tanto peca el que mata la vaca como el que la agarra la pata. Y, seguro, nadie quiere asumir como propios los problemas ajenos; culpabilidad gratuita.
Por eso el deslinde, y el reto, es importante. Como lo dijo el poeta Javier Sicilia, recordando a Bertolt Brecht, en su carta que publicó Proceso: “Un día vinieron por los negros y no dije nada; otro día vinieron por los judíos y no dije nada; un día llegaron por mí y no tuve nada que decir”. En el fondo de tal consigna está la protesta contra el atropello del fascismo hitleriano, contra la esclavitud a que sometieron las potencias europeas y estadounidense durante siglos a los negros africanos, por la defensa y el respeto de la vida ajena como propia y la elección de la dignidad individual y colectiva como precepto de la libertad. Muy ad doc ahora.
Dicho sea con otras palabras: guardar silencio con los acontecimientos de México en los últimos años [una década en el tema de la inseguridad pública], que ha arrojado casi 40 mil muertos en lo que lleva este sexenio actual, es como coludirse con la violencia. Con autores y promotores. Porque no son menos dignos de respeto —en su vida— aquellos caídos como víctimas que los victimarios igual caídos. Unos porque toman las armas, otros porque toman las decisiones; aquellos que se asocian y coluden, muchos que se encontraron en tiempo y espacio en el momento más inoportuno. Víctimas todas.
Los problemas son estructurales y añejos. Esa concepción debe estar en el fondo de cualquier estudio. El desbordamiento del crimen organizado es porque creció coludido al interior del sistema; y ahora surge como síndrome de su descomposición, corrupción e impunidad de actores, principalmente políticos. Particularmente el narcotráfico que avanzó más allá de los acuerdos —internos y externos—, y llegó hasta el rompimiento y ahora el descontrol. Luego entonces, el asunto no es meramente de narcos sino sobre todo de involucrados, implicados; protectores o activos participantes, miembros activos de dicho sistema. Como problema, el crimen organizado no surgió con el PAN sino desde los tiempos del PRI.
Y el abordaje para solucionarlo, del problema de la violencia como todo lo demás, es fundamentalmente político. Porque se trata de limpiar todo el sistema. Desde el nivel de los policías municipales hasta los políticos más encumbrados, pasando por el sistema de procuración e impartición de la justicia. ¿Qué se puede hacer cuando un elevado porcentaje de los jueces no pasan las pruebas de confianza? Y desde los funcionarios públicos hasta los involucrados del sector económico, como son las empresas, las inversiones y el sector financiero implicado en actividades de lavado de dinero y acumulación de millonarias ganancias. Todos quedan impunes.
La determinación es política porque exige aplicar un rasero de justicia. El procesar aquellos actores pasa desde los policías hasta los gobernadores, y demás actores del sistema; ¿cuántos coludidos? El presidente Felipe Calderón dijo apenas, por ejemplo, que no habrá retirada militar de las calles hasta que no haya 32 cuerpos policiacos profesionales. Pero no ha emprendido acción alguna para que eso suceda. Cuando en Colombia comenzó a atacarse de raíz el problema del narcotráfico fue porque se procesó hasta a legisladores. En México habría que abrir indagatorias comenzando por los gobernadores; y de ahí hacia abajo.
Una determinación de ese tamaño no le corresponde a Calderón porque él carece de la legitimidad mínima necesaria para hacerlo. Y a estas alturas del sexenio, mucho menos. Por eso, como dice el sacerdote activista y defensor de derechos humanos de los inmigrantes [ver el reportaje de Proceso de esta semana, N° 1797], Alejandro Solalinde, parafraseando a Sicilia: “Yo también estoy hasta la madre”. Y, cuando se le pide un balance sobre el tema, en el año de gobierno que le queda a Calderón, agrega: “Ya es demasiado tarde para cambiar las cosas. Él y todos (los políticos) están enfocados en el 2012, están en el canal electoral… Por lo demás, México y la sociedad civil sabrán en qué lugar colocan a cada quien en las elecciones. Pobre México”.
Siquiera como lo refrescó el expresidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, en su conferencia magistral el pasado viernes en Cancún, con motivo de la 74 Convención Bancaria: la violencia en México es por falta de atención a los pobres. Lo dijo así: “El problema que vemos hoy en día en el mundo es la falta de decisión política, no es un problema económico, es decisión política”. Y sabe por qué lo dice. Porque, agregó, “en ocho años sacamos a 28 millones de personas de la pobreza extrema y elevamos a 36 millones de personas a la clase media del país”. Calderón en cambio dijo recién que México ya es un país de clase media; ¿media qué?
Pero si de economía se trata, México padece la instrumentación neoliberal desde 1982-3 a la fecha y el desastre avanza y se consolida con tasas paupérrimas. La continuidad del modelo seguido por presiones de Washington es por el sometimiento de los presidentes desde Miguel de la Madrid a la fecha. También es un problema político. Ninguno ha tomado las riendas —Salinas, Zedillo, Fox, Calderón— de un desarrollo propio y autónomo para México, porque les faltan tablas. La calidad de estadista les ha quedado corta. A cambio, priistas y panistas, han entregado decisiones importantes a la Casa Blanca.
Pero del recrudecimiento de la violencia en los últimos años tiene gran responsabilidad la decisión estratégica de la confrontación directa, nada más. El número de caídos lo delata. Pero Calderón no recula en su dichosa estrategia. Como tampoco atiende todas las variables corroídas del sistema. No ve el presidente, como sí los millones de gentes que se manifiestan en las calles, que la corrosión es estructural y sistémica.
Por eso Calderón se empeña en seguir por el umbral de sus propios errores. También hay que decirlo con todas sus letras. Él pidió la crítica de su estrategia. Eso es lo que recibe. Bueno, pero si hasta los propios gringos están aceptando que a sus 32 años de puesta en marcha de “enfoque agresivo” se equivocaron, como lo admitió el pasado jueves también en Cancún el subsecretario de Estado adjunto de la Oficina de Asuntos Internacionales de Procuración de Justicia y Narcotráfico de Estados Unidos, William R. Brownfield. México no merece tamaño desdén.

Correo: maniobrasdelpoder@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario